En la lejanía se aprende hermano mío,
Que antes que fuera el amor ya estaba:
Coagulados de alguna u otra forma,
Ensimismados por una y otra conexión.
Forjaste un sentimiento en mi corazón
Desde que te hiciste cuerpo pequeño,
Como sombra acompañaste mis noches
Cuando apenas valoraba el remordimiento.
Mediste en tu cabeza otros sombreros:
El recipiente de la gelatina y la cacerola,
Mirando con ternura alumbradora:
Ojitos que me reparan, que me levantan.
El puente era nuestro recorrido mi niño,
En mis hombros cargaba tu ser y mis libros,
Haciendo de una torta risa plena,
Pintábamos entonces las vías del color de abuela.
Antes que te vistieras de vientre,
Mi niñez por un tiempo fue soliloquio,
Rogando un hermanito con lágrimas ornamentales,
Heridos al ver la primera panza desinflarse,
Aquella vez mama y yo lloramos como animales.
Veinte años han valido bien esperarte,
Mirar a mama tan linda, tan radiante.
Esta lejanía convertida en tiempo,
Embalsamas mis locos brazos a abrazarte.
Cuánto valor pondera la vida misma,
Que en ella estas tú, mama y los recuerdos,
Cuánta riqueza invita a poseer la lejanía,
Que me hace amar al café, la tarde, la comida.
Ni el agua ni el tiempo pasan sin ser los mismos,
Tú cambias ya tus ropas y armas tus zapatos,
Y la luna hecha cara y las estrellas gotas,
Me elevan y estremecen, me devuelven.
Sabedor de dulces sueños me armo,
Del contorno de tu risa y de tu cara,
Y despierto guerrero de tu esencia,
De tu alma arbolito, de cama, de tu rama.
Si alguna bendición ha de regalarme Dios
Que te las de a ti,
Y si no te hacen falta porque las tienes
Que te aguarden.
jueves, 17 de diciembre de 2009
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